Me encantan las zanahorias. Antes de comenzar este viaje de residuo cero, he comprado siempre las zanahorias sin tener realmente en cuenta de que están empaquetadas en plástico, y lavadas generalmente con cloro y otros detergentes. Así que cambié a zanahorias enteras crudas con tallo, sueltas y sin envasar. Durante un tiempo las compraba y tenía que comerlas en los primeros días porque al cabo de un tiempo se arrugaban, cambiaban de color y quedaban blandas, cosa que no es de mucho agrado. Recientemente, buscando modos de evitarlo encontré un truco que funciona y mantiene las zanahorias brillantes y crujientes. Es muy simple: agarras las zanahorias, les cortas la parte superior (ya que las hojas chupan la humedad de la raíz) y las pones en una jarra con agua. Listo, lo mismo funciona con el apio, consiguiendo que se mantenga agradable y crujiente.
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